sábado, 24 de septiembre de 2011

El año del diluvio, de Eduardo Mendoza.




Una más de las gratas sorpresas de este polifacético autor. En este caso un cambio notable de registro para presentarnos un melodrama breve e íntimo que no deja indiferente tras su lectura.

El argumento arranca en una zona rural del interior de Cataluña donde una joven monja es nombrada Madre Superiora de un hospital para pobres carcomido por los años y la desidia presupuestaria en la década de los años cincuenta. Allí emprende el proyecto de reconvertir el hospital en un asilo para ancianos, y en la búsqueda de financiación conocerá a un rico terrateniente de las proximidades, encuentro que cambiará su vida para siempre.

La trama, que en un principio parece manida y previsible, tiene hacia su desenlace más de una sorpresa que le confiere riqueza y mantiene vivo el interés, no tanto en los hechos (pues no es una novela de hechos) como en el viaje vital por las emociones de la protagonista, viaje que hacia el final descubrimos que hemos compartido todos en algún momento, y con sorpresa cerramos la última página evocando junta a la protagonista la parte más recóndita e íntima de nuestros recuerdos.

La narración de unos hechos luctuosos en el más directo terreno del romanticismo podría haber hecho de esta novela una sucesión de párrafos preñados de salsa rosa, tendente a lágrima fácil y las situaciones morbosas. Sólo el hecho de que el autor, un genio de la narración, haya impreso un estilo directo y llano, sin artificios y huyendo de toda provocación en el sentido del drama facilón hace que esta novela pase a ser el gran relato intimista y directo que comulga con el sentido universal de la vida que todos podamos llevar dentro.

Lo peor de la novela: es dificilísimo encontrarle peros a este libro, pero uno de ellos es precisamente el hecho de que el autor se ha documentado mucho. Quizá el prurito de ser minucioso y exacto en la descripción de los hechos históricos haya hecho incurrir en el error de detallar en exceso las lluvias torrenciales que acaecieron de verdad. La tormenta exterior que coincide con la tormenta interior de  la protagonista debe acompañarla, no restarle protagonismo. Por lo demás el libro es impecable.

Lo mejor de la novela: Varias cosas. Algunas ya las he comentado. Otras, como la aparición y discurso del maquis en la montaña son una revelación del sentido de la novela. La contraposición entre realidad y utopía, entre las emociones y nuestros actos,  entre individualismo y dimensión social , y la paradoja de la vida que de ello se deriva en relación con la historia, es entrañable e impactante a la par. Todo un logro de narración que es para quitarse el sombrero. 

A modo de conclusión sólo una pregunta: ¿a la vuelta de la última página de cuántos libros se ha quedado uno en comunión y vibrando con las emociones de lo que acaba de leer? Éste es uno de esos pocos libros por los que uno piensa que sigue valiendo la pena leer.

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